¿Autoridad o autoritarismo?
Por: Alejandro Fonseca y Sebastián Montañez
Durante siglos, Colombia no solo ha logrado sobrevivir de forma impávida a la incertidumbre de un mañana inconcluso y voluble frente a su situación económica y política; al país y su historia misma, permeada por la necesidad, la guerra, la incapacidad de sus líderes, la inequidad, la desigualdad y la inclemente incapacidad de un estamento frágil y tardío incapaz de suplir las necesidades básicas de sus ciudadanos. A esto, se le ha sumado el protagonismo de gobiernos y caudillos que han confundido el mando con sectarismo, el timón con rejo y la autoridad con autoritarismo.
Escribió el siempre magnífico Jorge Luis Borges, en el relato de Ulrica, publicado en el Libro de la Arena; el encuentro entre Javier Otálora, profesor de la Universidad de los Andes, y una joven noruega asistente a su clase, curiosa por la procedencia geográfica del educador: “Aclaré que era colombiano. Me preguntó de un modo pensativo: ¿qué es ser colombiano? Respondió la mujer; —No sé— le respondí. —Es un acto de fe—”. Y ha sido un acto desinteresado, inherente y resiliente pero también alcahuete, facineroso, endeble, permisivo y emocional. El rol de la sociedad colombiana en la construcción de la colombianidad y de un Estado Nación, se ha conjugado y cohesionado de forma casi perfecta, e implícita con la política del oportunismo y así, la entrada de los líderes mesiánicos que han impuesto su voluntad, antes que el bienestar. En ocasiones como víctimas de los abusos de fuerza, y en otras, como jueces, verdugos y legitimadores.
Dividamos ambos términos. Desde la semántica; se suele confundir autoritarismos, y totalitarismos. Y a pesar de que ambos se complementan, cada uno posee cargas ideológicas implícitas, agravantes y complejas en las sociedades que las aplican. De entrada, ni los autoritarismos ni los totalitarismos son de derechas o de izquierdas; el totalitarismo se manifiesta como un vehículo de gobernabilidad, interfiere y controla prácticamente cualquier tipo de esfera social, económica, política y cultural. El autoritarismo, por otro lado, se convierte en la limitación de la libertad política, de opinión, el señalamiento y es caracterizado por un gobierno centralista pero también, conviven con pequeñas facciones o colectividades de oposición política regulada, desde los medios, la fuerza pública, la legislación o el señalamiento y la persecución.
Hay autoritarismos un tanto democráticos, que, sin embargo, pueden ser efectivos; correa en Ecuador y Churchill en el Reino Unido, son pruebas de ello. Pero el autoritarismo conlleva un alto riesgo de provocar catástrofes por falta de controles, como ha ocurrido en Venezuela, y como ocurrió en Colombia durante el Gobierno de Turbay, de Uribe, o frente a la incipiente idea de “refundar la patria” de Bateman, Pizarro y Pardo Leal, actualmente, adoptada Gustavo Petro.
En Colombia ha sucedido a nivel local cuando se ha querido ejercer autoridad delegando a paramilitares o dejándolos actuar libremente. En territorios dominados por ellos en varios departamentos, impusieron un régimen del terror para anular al ser humano, ensañándose contra las mujeres jóvenes, que rivaliza con los peores de la historia, las guerrillas de izquierda intentaron desestabilizar el orden constitucional y al estado social de derecho para imponernos de la década de los 60 a los 90, un régimen marxista, leninista y en ocasiones maoísta. En la violencia, la derecha radical masacró campesinos y transformó esos pequeños ejércitos en grandes colectivos de insurgencia para reclamar participación política, una reforma agraria efectiva, y una participación del estado hacia la mejora de bienestar de aquel Colombia del pacto de Chicoral.
Las décadas 80 y 90, se definen como una cruenta época de violencia, con el auge del narcotráfico como fuente de financiamiento de las Autodefensas Unidas de Colombia, AUC y guerrilleros (FARC-EP, ELN, EPL), que llevaron a una escalada de la confrontación armada entre una amalgama de actores armados, donde la sociedad civil ha quedado atrapada en medio de un fuego cruzado. Ya para el nuevo milenio, la sociedad colombiana configuró su inmersión dentro de la conjugación de varios factores coyunturales: una fallida salida negociada al conflicto armado (El Caguán), que para el momento ya contaba cinco décadas; el desgaste y la deslegitimación del aparato institucional y de la clase política.
Esta serie de factores coyunturales fueron un campo fértil para el ascenso del proyecto político que encarnaba Álvaro Uribe Vélez, la figura política más importante y controvertida en la historia política reciente de Colombia. El proyecto político de la seguridad democrática se consolidó durante su gobierno presidencial, en donde la lucha contrainsurgente encuentra un apoyo fundamental de EEUU al ser definida como una lucha antiterrorista. Ciertamente, el problema de la seguridad como base de la formulación de política pública no era algo nuevo en la política colombiana, pero con Uribe se le da un giro a la concepción fundamentada en el logro de la paz mediante una salida negociada (Diálogos de paz en El Caguán). Es así como una sociedad inmersa en décadas de conflicto interno y sin una salida a la vista, empieza a considerar la confrontación militar como la única opción, y es precisamente en esa búsqueda de alternativas donde surge la figura mesiánica y caudillista, que logra una contundente victoria electoral con un 54,51% en 2002, y 62,35% en 2006.
El fenómeno político Álvaro Uribe, combina: elementos mesiánicos y caudillistas; la retórica de político antiestablishment; la creación de antagonistas, enemigos internos y externos; de culto a la personalidad, llegando a niveles de amor al líder; exaltación del uso de la fuerza-autoridad; la erosión de la independencia de las ramas del poder público.
En las elecciones del 2002, podemos ver en Uribe un candidato antiestablishment, que sacó provecho de la táctica de alejarse de la figura de un político tradicional, tomando distancia de una clase política tradicional (politiquería): “presentaré el “Referendo contra la Corrupción y la Politiquería”, que incluirá la reducción del Congreso, la eliminación de los auxilios parlamentarios y de sus privilegios en pensiones y salarios” (Uribe, 2002). “Politiquería” y “politiqueros” a los que se refiere en abstracto, pues, nunca mencionó casos, partidos o figuras específicas. Como disidente del partido liberal, se presentó en la elección presidencial con el movimiento Primero Colombia, lo que coincidía con el objetivo de mostrarse como independiente de los partidos tradicionales, pese a que para entonces llevaba dos décadas dentro de la política como alcalde, concejal, senador y gobernador.
El mencionado “Referendo contra la Corrupción y la Politiquería” tenía marcados tintes populistas, dado el creciente desprestigio social de la clase política tradicional, siendo muy propio del populismo el uso de mecanismos plebiscitarios. El referendo impulsado por Uribe proponía la reducción del Congreso a unicameral, a la vez que le confería al ejecutivo implementar ajustes fiscales recomendados por el FMI, saltándose al Congreso. Esta primera muestra de Uribe como presidente, lo enfrentó no solamente con el Congreso, sino también con el CNE a quienes les pedía depurar el censo electoral para que se redujera el umbral para el referendo. Este fallido referendo fue una primera muestra de lo que en adelante sería una relación conflictiva de Uribe con los otros poderes, especialmente con la rama judicial, quienes fueron interceptados ilegalmente durante su gobierno. Pero la erosión de la independencia de las ramas del poder, será algo constante en su gobierno, mostrando sus rasgos autoritarios en la reforma constitucional para permitir su reelección, y permanecer en el poder, y su propuesta de proyecto para el voto de las FFAA, capitalizando de esa manera su popularidad dentro de las filas.
La popularidad de Uribe alcanzó el culmen al tener una favorabilidad histórica que en promedio de sus 8 años de gobierno fue del 72%, y alcanza su pico del 85% en 2008 que coincide con la Operación Jaque. Esto llevó en su momento a Uribe a hablar del Estado de Opinión, que él mismo planteó como una fase superior del Estado de Derecho, y que algunos académicos no pasaron por alto, debido a las implicaciones del mismo, pues, el Estado de opinión es básicamente la apelación a la opinión del pueblo y al querer de las mayorías, para entonces favorables con Uribe. Si bien no se evidencia una interpelación constante al pueblo, sí se apela a la “patria” y a los “compatriotas”.
El culto a la personalidad del hombre de región carismático, pero con autoridad, de poncho y sombrero, amante de la ganadería y los caballos, logró identificarse con el pueblo , algo muy propio del líder antiestablisment . Un culto a la personalidad dentro de sus vertientes que incluso raya en la deificación de la figura política : “Haga de cuenta Dios es Uribe. Es Dios” . Paloma Valencia afirmando: “¡Presidente Uribe! ¡Yo lo veo a usted como un hombre de bronce que relumbra como el sol!…”, nos evidencia tan solo un par de ejemplos de la construcción de una figura mesiánica, deificada.
El uribismo no es una ideología claramente identificable y definida, más allá de un anticomunismo, la ofensiva contrainsurgente, el liberalismo económico y en la última década una estrecha relación con sectores conservadores religiosos cristianos . Sin embargo, en la última década se empieza a producir un discurso, del que se pueden identificar ciertos elementos: la segunda venezuela, el Foro de São Paulo, castrochavismo , pre chavismo, neo chavismo. Todos encaminados a describir un escenario apocalíptico y distópico en caso de no llegar al poder político, del que encarnan la salvación .
La aparición y la intensificación de estos discursos ha coincidido con momentos coyunturales y de definición del orden político nacional, el plebiscito por la paz, las elecciones presidenciales 2014 y 2018, y recientemente con las decisiones de la CSJ. Las coyunturas recientes y la popularidad en picada de Uribe, a quien se le voltió el Estado de Opinión , con una imagen desfavorable del 69% y de tan solo un 26% favorable, en El Opinómetro Son un proceso que venía de Datexco y W Radio para 2019, venía desde su segundo período presidencial con la aparición en la opinión pública de una seguidilla de escándalos entre los que se cuentan: interceptaciones ilegales “chuzadas”; falsos positivos; falsos testigos; declaraciones que lo relacionan como fundador del Bloque Metro ; su posible responsabilidad en las masacres durante su gobernación en Antioquia, las cuales han retomado vigencia al declararse crímenes de lesa humanidad.
El fenómeno político del uribismo y sus masas acríticas, con un vacio ideológico y con un peligroso fanatismo cuasi religioso. Es el resultado de una falta de efectividad de los gobiernos predecesores a Uribe que, al igual que él, no pudieron resolver los problemas estructurales de la sociedad colombiana, como la desigualdad y la violencia. Esto resulta un campo fértil para: los personalismos políticos, ya no hay proyectos políticos, el líder es el proyecto político; las alternativas populistas que riñen con la controles propios de la división e independencia de poderes. Ciertamente, un panorama poco alentador que nos deja a la deriva de una simbiosis entre diferentes rasgos de los autoritarismos contemporáneos.
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